EEUU. La fiebre del etanol lleva a los ganaderos de EEUU a alimentar con golosinas a los animales

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escrito por Redacción Infopork

El surgimiento del etanol a base de maíz como fuente alternativa de energía ha disparado los precios de los alimentos. Como consecuencia, a los ganaderos estadounidenses les compensa alimentar a los animales con galletas, chocolate o regaliz.

No se trata de una moda, o de un intento por demostrar a las organizaciones de derechos de animales que las vacas que crían son felices, ni un intento por trasladar el “american way of life” al ganado. Es la solución que los ganaderos estadounidenses para paliar el elevado precio del maíz, cuya destinación a la producción de etanol crece a pasos agigantados.

La fórmula es la siguiente: los agricultores están dejando de producir trigo para destinar la tierra al cultivo de maíz. El precio de ambos cultivos está creciendo considerablemente, y como consecuencia el de los alimentos también, y los ganaderos deben enfrentar la alimentación de sus animales con lo que tienen a mano.

Una muestra de ello es lo que sucedió en abril en Iowa, donde los agricultores fumigaron desde avionetas sus campos para matar la recién plantada cosecha de trigo y plantar en su lugar maíz.

A partir de allí, los ganaderos escogen servir en el plato de sus animales los alimentos más baratos del Estado.

De esta forma, según el Wall Street Journal, en Carolina del Norte los cerdos están comiendo regaliz, galletas, corteza de queso, mantequilla de maní (cacahuete) y frutos secos (excluidas las nueces de Brasil, que no les gustan).

Las vacas de Idaho, patatas fritas de bolsa sin freír y también “hash browns” (patatas cocidas y empanadas). El por qué es obvio: el Estado produce un tercio de las patatas de todo el país.

En Pensilvania, un Estado con tradición chocolatera (se fabrica el conocido Kit Kat), el paladar del ganado es más exquisito. Su dieta es a base de los ingredientes con los que la multinacional Hershey fabrica sus barras de chocolate.

En California, las vacas comen pieles de uva procedentes del Valle del Napa, en el que se producen algunos de los mejores vinos del mundo, y pulpa de limón, procedente de las famosas granjas del Estado.

Esta nueva tendencia no se debe a la locura de los productores ganaderos de California, Idaho o de Carolina del Norte. La respuesta está en las bolsas de materias primas de Nueva York y Londres, y en el Mall de Washington

Las capitales financieras de Estados Unidos e Inglaterra fijan el precio del petróleo. Y alrededor del Mall están la Casa Blanca, el Departamento de Energía y el Congreso de Estados Unidos, están las tres instituciones que han decidido que, para combatir el creciente precio de la gasolina, la primera economía mundial debe desarrollar su industria del etanol de maíz.

El resultado ha sido espectacular. Porque la fiebre del etanol no sólo no ha creado -al menos, por ahora- una alternativa a la gasolina del petróleo, sino que ha producido un aumento en los precios de los alimentos.

El maíz se ha vuelto tan caro que a los granjeros les resulta más barato alimentar a sus vacas con golosinas. Hace un año y medio, el bushel (una unidad de medida equivalente a 35 litros) de trigo en el mercado de materias primas de Chicago estaba a 1,85 dólares. A lo largo de todo 2007, ha oscilado entre 3,5 y 4 dólares, aunque en los últimos días ha roto ese suelo. En cualquier caso, eso implica una apreciación de alrededor del 100%.

La cuestión se complica, además, porque el Gobierno estadounidense subsidia a los agricultores, pero no a los ganaderos, lo que se traduce en incentivos para plantar maíz y producir etanol que a su vez dispara los costes de los piensos para alimentar al ganado.

Esa situación está teniendo un impacto evidente en la cesta de la compra de los estadounidenses. En la primera mitad del año, la inflación de los alimentos alcanzó el 6,1% en Estados Unidos. Eso es casi el triple que el 2,1% del mismo periodo de 2006.

De hecho, como reconoció esta misma semana el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, la inflación de los alimentos es uno de los factores que hacen que el Banco Central de Estados Unidos mantenga desde hace un año los tipos de interés estables en el 5,25%, a pesar de la evidente desaceleración de la economía y del pinchazo de la burbuja inmobiliaria.

El jueves, el nuevo Economista Jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Simon Johnson, calificaba la subida de los precios de los alimentos en Estados Unidos como “un significativo shock de inflación en el corto plazo”.

Es algo lógico porque, según el Departamento de Trabajo de Estados Unidos -el organismo que elabora el Índice de Precios al Consumidor-, en 2005 el 13,08% de los gastos totales de los norteamericanos se fue en alimentación. Ese capítulo es, de hecho, la tercera fuente de gasto de los consumidores de ese país, por detrás del transporte -que supone un 19,06% del gasto y también está viéndose directamente afectado por la subida de los precios de la energía- y la vivienda, -que llega a un 32,91%, aunque una sexta parte de esa cifra también se debe a gasto en energía-.

Las personas de rentas más bajas son las más afectadas, porque el gasto en alimentación llega a suponer el 40% de su consumo total. El efecto combinado de gasolina y comida caras puede ser lo que finalmente acabe con el optimismo de los consumidores de estadounidenses, que hasta la fecha se las habían arreglado para seguir aumentando su gasto a pesar de que la gasolina está a tres dólares el galón (3,6 litros), es decir, cerca de sus máximos históricos.

Dada la cuota estadounidense en el mercado mundial del maíz- produce el 40% del total-, el problema local se está trasladando al mundo.

El descenso en la producción de trigo, por su reemplazo por el maíz, ha disparado un 20% el precio de la pasta en Italia, por ejemplo. La FAO (el Programa Mundial para los Alimentos de las Naciones Unidas) ha advertido de que va a tener problemas para atender crisis humanitarias porque el precio de los productos agrícolas también está creciendo en el mundo en vías de desarrollo, que es donde se abastece. Y China ha anunciado que, al menos en cinco años, no va a utilizar maíz para la producción de biocombustibles.

¿Cuál es la solución?

La más evidente -y políticamente imposible- sería abrir el mercado estadounidense a las importaciones de etanol hecho con caña de azúcar brasileña, mucho más barata que el etanol de maíz. Pero el lobby de los ingenios azucareros de Estados Unidos ya ha demostrado a comienzos de año, cuando los presidentes George W. Bush y Luiz Inácio Lula da Silva se reunieron para tratar el tema, que no piensa ceder. Tiene un mercado prácticamente cautivo y no va a tolerar la entrada de competidores más eficientes.

En un clima electoral- ayer se produjo el primer debate entre los candidatos del partido demócrata- es poco probable que alguno de los contendientes al sillón presidencial corra, en el corto plazo, el riesgo de perder Estados como Iowa, Dakota del Sur, Kansas u Ohio, decisivos para decidir quién se queda con la Casa Blanca y el Congreso.

Así que esta nueva oleada de inflación va para largo. Porque, según datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), el etanol sólo suministró el equivalente del 1,5% del consumo de petróleo del país en 2006.

Y, a todo esto, en lo que en EEUU llaman ya ethanol country (el territorio del etanol), la mayoría de los granjeros no usan biocombustible. “Cuando hace calor, arde más deprisa, así que en verano consumes más”, explicaba Regina, una granjera de Pierre, la capital de Dakota del Sur, al diario español El Mundo el pasado mes de junio.

Regina, de 53 años, se dedica a entrenar caballos para rodeos y tiene en el este del Estado un rancho con “100 vacas, 100 cerdos, 50 búfalos y un montón de serpientes de cascabel”. Al igual que muchos estadounidenses, no cobrará jubilación, y tanto ella como su marido y sus tres hijos carecen de seguro médico, por lo que espera que “el etanol y la energía eólica vengan a ayudarnos un poco”. Por ahora, sin embargo, admite que “no hemos visto ninguno de esos beneficios”.

De momento, al menos bajo las normas de un mercado restrictivo y poco eficiente, los beneficios tampoco se han trasladado al resto de la economía mundial.

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